martes, 16 de abril de 2024

Bosque de bambú y templos de Arashiyama. Kioto.

 


El río Hozu a su paso por Arashiyama.

Arashiyama en un pequeño distrito de laderas montañosas, cubiertas de bosques, en las afueras de Kioto. El lugar ha sido bien conocido ya desde el siglo VIII cuando los nobles solían escapar de la corte y relajarse paseando en barca por el río Honzu, contemplando el hermoso paisaje y visitando alguno de los numerosos templos construidos en las colinas. Hoy, casi todos los que visitamos la ciudad hacemos lo mismo y, sobre todo, durante la floración de los cerezos en primavera o el cambio de coloración de las hojas de los arces en otoño, se convierte en un lugar imprescindible que hay que visitar. Ciertamente, y a pesar de los ríos de turistas que lo inundan, merece una visita. Principalmente porque la mayoría de la gente se concentra en unos pocos lugares  y el sitio es suficientemente grande para perderse y alejarse de las multitudes.

 


Embarcaderos en el rio Hozu.

Desde Kioto se pude llegar en tren o en autobús, y lo mejor es dedicarle un día completo para ver al menos las cosas más importantes. El autobús te deja al lado del gran puente de madera Togetsukyo (puente de la luna) y a ambos lados del río se extiende una población de casas bajas tradicionales, templos y bosques que cubren el paisaje de colinas bajas. El lugar es hermoso hasta la saciedad y el río de agua verde se llena de reflejos dorados y rojos mientras pequeñas barcas lo cruzan de un lado a otro y las garzas espían peces, inmóviles sobre grandes rocas. Es sin duda la quintaesencia del paisaje japonés. Hay tantas cosas que ver y visitar que uno tiene que decidir sobre lo más importante: el templo Tenryuji y sus jardines, el bosque de bambú, un paseo por el río y en mi caso una visita a un pequeño templo encaramado en la colina para contemplar una vista más amplia del paisaje. También comer en alguno de sus pequeños restaurantes a la orilla del río. No hay tiempo para mucho más.


Entrada al templo Tenryu-ji

El templo Tenryu-ji es uno de los cinco grandes santuarios zen de Kioto y tiene uno de los jardines más antiguos y mejor conservados de la región. El templo fue construido en 1339 por el shogun Ashikaga quien encargó la elaboración de los jardines al afamado monje budista Muso Soseki con quien tenía una gran amistad. La parte central del jardín se encuentra a un lado del gran Salón Soho y consta de un gran lago bordeado por  ondulaciones de grava, grandes grupos de rocas y numerosos arces que se reflejan en al agua. El jardín se extiende ladera arriba y llega un momento en que se confunde con el paisaje natural de bosques. Estrechos senderos de piedra te conducen a través de zonas de arbustos, arriates de plantas de flor y helechos, pequeños arroyos y cascadas, bosques de cerezos y, al final, parte del gran bosque de bambú. Entre los árboles hay varios edificios y pequeños salones o santuarios que se fueron añadiendo a lo largo de los siglos. El lugar rezuma tanta belleza que llega un momento en que te sientes abrumado, como si te hubieras trasladado a un mundo lejano y antiguo, fuera del tiempo. Basta salir por la puerta que lleva al bosque de bambú para que el espejismo se rompa y vuelvas de nuevo a la realidad de miles de turistas intentando sacarse un selfie en el camino del bosque, entre una marabunta de cabezas humanas. Por suerte la multitud se vuelve más escasa según te alejas de la parte más cercana al pueblo y puedes disfrutar por unos minutos y casi oír el viento entre los grandes troncos  de color verdoso.



Paisaje con bosque de Bambú en el templo Tenryu-ji.

Tras la comida recorro el camino en la margen izquierda del río contemplando a la gente que rema en pequeñas barcas entra el agua verde. Tras un par de kilómetros me encaramo por un sendero hasta un pequeño templo o ermita ladera arriba que habita un solo monje muy amable. Desde allí hay una vista magnífica del valle y el río.

 


Pequeño santuario en las colinas.

Hay muchas más cosas que ver y hacer en Arashiyama, pero ya no tengo más tiempo. Hay al menos otros seis o siete templos más, un refugio de macacos en las montañas, un tren turístico que sigue el margen del río. Me da pena no haber podido ver el templo Goi-ji que tiene uno de los jardines de musgo más conocidos del país, pero se necesita hacer reserva con mucha antelación. Camino de vuelta hasta el puente de madera para coger el autobús de vuelta a Kioto. Tengo los pies machacados. Ha sido un día muy largo. Espero que os gusten estas fotos.


El gran puente de madera Togetsukyo (puente de la luna)


Kuri o aposento de los monjes en Tenryu-ji


Jardín del estanque Sogen.




Cerezos ya sin hojas y linterna.


Edificios y salones del templo Tenryyu-ji.




Parterres de arbustos y Arces.




Cerezos, arces y bambús, forman el corazón del jardín.






Estanque de flores de loto ya secas.


Multitud en la parte baja del bosque de bambú.






Camino en la margen derecha del río Hozu.




Entrada al pequeño santuario en la colina.


En la empinada subida hay lugares para descansar protegidos de la lluvia.




El pequeño santuario entre los árboles del bosque.


Vista de las montañas desde el santuario.


Camino de vuelta al pueblo.





lunes, 8 de abril de 2024

Isla del Hierro: Naturaleza y paisaje.

 


Este paisaje de prados del interior de la isla me recordó tanto a Asturias que es una de las imágenes que más me ha cautivado.

Como muchos sabréis, la isla del Hierro es la más pequeña de las islas canarias, la más occidental y la menos poblada. También quizá la menos conocida y visitada de todas las islas. Si el año pasado visitaron las islas algo más de 22 millones de turistas, tan solo una fracción muy diminuta, de apenas 19 mil visitantes se acercó a esta isla. En cierta medida tal vez sea mejor así ya, que gracias a ello, mantiene en conjunto uno de los paisajes naturales mejor preservados de todo el archipiélago, tanto en flora como en fauna o simplemente accidentes geográficos. Desgraciadamente la isla comienza a ser conocida cada vez más por los contínuos desembarcos de inmigrantes que llegan ateridos a sus costas y que, a la larga, pueden perturbar de forma significativa la tranquilidad de sus habitantes, cansados e impotentes para hacer frente a este enorme desafío. Esperemos que con el tiempo estas llegadas se vayan haciendo más escasas y sus habitantes puedan seguir disfrutando de la belleza natural y tranquilidad en la que siempre han vivido.

 


Aeonium hierrense, una planta crasa característica de esta isla.


Una gigantesca sabina doblada por el viento es uno de sus árboles más emblemáticos.

La isla es sin duda una de las más abruptas geográficamente. Formada por erupciones volcánicas hace más de 1 millón de años, se cree que tan solo comenzó a ser habitada hacia el 120 de nuestra era, por bereberes llegados de África. Estos primeros habitantes, llamados bimbaches, vivieron durante siglos de la ganadería, algo de agricultura primitiva y la recolección, sobre todo de conchas y otros mariscos de sus costas. Vivieron principalmente en cuevas y nunca llegaron a formar reinos o caudillajes como en otras islas. Han dejado pocos restos arqueológicos, excepto algunas cuevas y petroglifos en la zona del Julán, que no pude visitar. La isla fue ocupada a principios del siglo XV, sin apenas resistencia, por Juan de Bethencourt, quién la cedió poco después a la corona española. En los años posteriores el territorio fue repartido entre algunos nobles, la mayoría con posesiones en otras islas, y poblada con nuevos habitantes traídos de la península. Siempre fue una de las islas más aisladas y pobres, debido a su abrupta naturaleza, a la escasez de terrenos agrícolas y a las dificultades para construir puertos de cierto calado. Cristóbal Colón recaló aquí en su segundo viaje y llenó sus barcos de comida y agua antes de enfrentarse al largo viaje hacia América.

 


Pinos emergiendo de la niebla en sus míticos bosques.

Con el tiempo,  el Hierro se convirtió en una isla bastante autosuficiente, donde se cultivaba casi todo lo que necesitaba la población, desde cereal, vino, quesos, carne de ovino y caprino, frutas, etc. La población hilaba su propia ropa y construía sus propios utensilios y sus cacharros de barro en alfares. Los grandes pinares de la isla suministraban abundante madera para la construcción de viviendas y muebles. Poco llegaba del exterior y pocas cosas salían hacia afuera como en otras islas.  La isla casi siempre vivió de sus propios recursos y solo en épocas de sequía los habitantes emigraron a otras islas o se vieron obligados a emigrar

 a América.

 


Mar embravecido en el Verodal.

En esta primera entrada quiero presentar tan solo una serie de fotografías de paisaje y naturaleza que muestran unas pinceladas de la abrupta geografía de la isla, de su imponente y variada flora y del fiero mar que rodea muchas de sus costas. Durante el tiempo que estuve en la isla el mar permaneció embravecido, los alisios llenaban de niebla las cumbres de la isla y un viento gélido barría casi a diario la capital, Valverde. Me hubiera gustado caminar por sus bosques de laurisilva pero fue poco menos que imposible, debido a la nula visibilidad, adentrarse en el interior. Espero visitarla en otra ocasión, ya que aún me quedan muchas cosas por conocer. Espero que os gusten estas fotos.


Las sabinas son como esculturas o gorgonas de múltiples brazos.




Monumento al pastor en la Dehesa de Sabinosa.


Paisaje en Orchilla.


El enorme faro de Orchila era la primera luz que veían los navegantes en su viaje desde América. Fue construido en un punto de referencia histórica desde época romana y marcaba el meridiano o hasta que fue sustituido por el de Greenwich.



Corral de piedra cerca del faro.


Bosques del Pinar.




Erica canariensis en el bosque de laurisilva


Drago en el mirador de la Peña diseñado por Cesar Manrique para la contemplación del valle del Golfo.


Atardecer en el Golfo.



Ganado pastando.





Cierres de pared seca en los prados del centro de la isla.


Líquenes y paredes de piedra.




El Echium plantagineum es una planta no endémica de Canarias aunque no se sabe cuando llegó a la isla. Cubre los prados 
de la isla de flores azules de la isla al inicio de la primavera.




En este barranco se cree que creció el árbol sagrado de los Bimbaches, el Garoe o árbol de la Lluvia. Sus hojas extraían el agua de la niebla que acarrean los viento alisios llenando numerosos pozos y cuevas.


Poza con agua cerca del barranco.



Sonchus canariensis (Cerrajón de monte).


Bejeques (aeonium) y tuneras.


Acantilados y mar brava en el Verodal.






Paisaje volcánico en la zona del Verodal



Arco de roca volcánica en el Verodal.



El Verodal, en el norte de la isla, se formó en alguna de las últimas erupciones volcánicas. Un paisaje de lava colonizado por aulagas y verodes (klenia nerifolia).



Caseta de pastores en el Verodal.


El campanario de la iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria semeja un faro frente al mar.